lunes, 1 de febrero de 2010

El amor verdadero.

Un hombre de cierta edad vino a la clínica donde trabajo para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa, y mientras se curaba le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer.
Me dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer que vivía allí. Me contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzeimer muy avanzado.
Mientras acababa de vendar la herida, le pregunté si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana.
-No, me dijo. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.
Entonces le pregunté extrañado.
-Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?
Me sonrió y dándome una palmadita en la mano me dijo:
-”Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella”.
Tuve que contenerme las lágrimas mientras salía y pensé: “Esa es la clase de amor que quiero para mi vida”.
El verdadero amor no se reduce a lo físico ni a lo romántico. El verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya nunca podrá ser.

domingo, 31 de enero de 2010

El valor del anillo.

Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?.
El maestro sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y – haciendo una pausa agregó- si quisieras ayudarme tú a mi, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
E…encantado, maestro- titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado, y sus necesidades postergadas.
Bien, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado.
Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar,alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación.
Maestro- dijo- lo siento, no se puede conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
Qué importante lo que dijiste, joven amigo- contestó sonriente el maestro-.Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender elanillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo: -Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender YA, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-58 MONEDAS!!! Exclamó el joven. -Sí, replicó el joyero- yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé…si la venta es urgente..
El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
Siéntate- dijo el maestro después de escucharlo- Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.
El único que puede ayudarnos a descubrir cuanto valemos es nuuestro Señor Jesucristo. Nuestro valor es el precio de su sangre que derramó en la cruz por amor a nuestras vidas.

¿Arrojas piedras o das otra oportunidad?

Ella dijo: «Ninguno, Señor». Entonces Jesús le dijo: «Ni yo te condeno; vete, y no peques más». Juan 8:11

A mí me fallan una vez y ahí termina todo». Así se expresaba una dama hablando de la posibilidad de que algún día su esposo le fallara. Ese espíritu de no dar una segunda oportunidad al que comete un error prevalece entre esposos, amigos, miembros de iglesia e instituciones. El lema es: «Si fallaste, no esperes más». Es un consuelo pensar que Dios no es así. Dios es el Dios de la segunda oportunidad.

Dios demostró en la cruz del Calvario el amor verdadero, que alcanza a quienes ya agotaron toda oportunidad y toda paciencia humana. El drama de la mujer sorprendida en adulterio nos enseña una gran lección. ¿Cuál habría sido tu reacción ante la petición de aquellos celosos guardianes del “Manual de la Iglesia” de la época y de las normas morales establecidas? Jesús reaccionó con amor. Amor, no solo para la acusada, sino para los acusadores. Sabemos lo que hizo; los convenció de sus propios pecados para que meditaran.
Los escribió en el polvo y solo ellos pudieron entenderlo. Inmediatamente expresó un principio básico que debe llamarnos a la reflexión, especialmente cuando nos convertimos en jueces de los que han cometido un error: «El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra» (Juan 8: 7).

Deberíamos tener cuidado, porque hay un principio psicológico bien establecido: «Solo notamos en los demás los errores que nosotros mismos cometemos». Por eso dijo el Señor que cuando juzgamos y condenamos a los demás, nos juzgamos y nos condenamos a nosotros mismos (Rom. 2: 1). No ignoremos esta terrible verdad. Las personas más críticas y que con más saña juzgan a los demás son las que, generalmente,son culpables de los mismos pecados que el acusado.

El hermano del hijo pródigo, que se incomodó porque a este se le dio una segunda oportunidad, hacía las mismas cosas que él. La diferencia es que las hacía dentro de la casa.

Ninguno de los acusadores de la mujer pudo hacer alarde de una vida sin pecado, por lo cual desaparecieron todos inmediatamente. Solamente quedó el único que podía lanzar la primera piedra, Jesús. Pero él rehusó condenar a la pecadora.
El ministerio de Jesús será siempre el de la segunda, la tercera, la enésima oportunidad. Su política es dar todas las oportunidades que sean necesarias.

No conserva una lista de errores. Su gran deseo es dar una segunda oportunidad para hacer lo recto a todo aquel que lo necesite y desee comenzar de nuevo. Concede hoy una segunda oportunidad a todos los que lo necesiten y lo pidan.


INTRODUCCION...

ESTE BLOG ESTA CREADO PARA TODOS AQUELLOS QUE NECESITAN UNA PALABRA, UN ABRAZO, PARA TODO AQUEL QUE TENGA HAMBRE Y SED...AQUI PUEDE ENCONTRAR UN LUGAR DONDE EXPONER SU PENSAMIENTO Y DONDE EXPONER SUS SENTIMIENTOS...

QUE ESTE PEQUEÑO ESPACIO SIRVA PARA ALIMENTAR EL ALMA Y EL ESPIRITU...